[es] [workplace-sex] Mi paciente Clara me comio el coño

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Llevaba toda la mañana sentada en el sillón, sin apenas poder mover las piernas y con un fuerte dolor instalado en la parte baja de mi espalda. Suspiré, quitándome las gafas y me dispuse a limpiarlas. Aunque no estuviesen del todo sucias, me gustaba tenerlas impecables. Era un poco maniática en ese aspecto. Bueno, en ese y en muchos otros.

A mis veintinueve años todavía no había tenido una pareja estable. Es decir, más de seis meses no duraba con ningún chico. A veces era por la culpa de ellos y, la mayoría de las veces, por la mía. Empezaba una relación con mucha ilusión, pero al cabo del tiempo… me aburría. Sí, así de simple. No es que ellos se comportasen mal conmigo ni nada por el estilo, gracias a Dios.

Coloqué las gafas al trasluz para ver si había quedado alguna pequeña mota de polvo en los cristales pero, al comprobar que no, me las puse. Hoy había recibido solo a un hombre mayor, que tenía alrededor de cincuenta y tantos años. Venía a que le ayudase sobre un problema de ansiedad que tenía y, después de haberle escuchado durante una hora entera relatarme prácticamente qué hacía todos los días, le mandé unas pastillas tranquilizantes y mucho reposo. La gente podía pensar que este trabajo era fácil, apenas tenía riesgos y constaba de gran comodidad. Pues se equivocaban. Nunca era fácil tratar con pacientes nerviosos o casi locos, se podía correr el riesgo de que te demandasen por no haber “curado” al cliente y eso de comodidad… Mejor me lo reservo para las hojas de reclamaciones de la empresa.

Miré mi agenda, donde apuntaba todas las citas que tenía pendientes, y casi se me salieron los ojos de las órbitas. A las una y media tenía una cita con Clara, una chica de veintidós años que, por lo visto, padecía algún tipo de trastorno que no la dejaba apenas pegar ojo. Tuve el placer de hablar por el móvil con su padre, quién lo concertó todo. Su amabilidad estuvo presente por su escasez, pero me dijo que su hija era algo extraña según como fuera tratada. Apunté ese pequeño detalle junto a la cita, para que no se me olvidara y así evitar malentendidos. No me dio tiempo a terminar el vaso de agua que acaba de coger del escritorio cuando la puerta se abrió, dejando paso a la que se supone que era Clara, mi nueva paciente. Rubia, de piel clara, ojos marrones y vestimenta demasiado casual para venir a un sitio como éste.

– Hola – me saludó tímidamente desde la puerta, sin casi atreverse a levantar la mirada.
– Hola, buenos días. Pasa y siéntate. – Le ofrecí el asiento que había frente a mi escritorio y no tardó en sentarse. – Ponte cómoda, Clara.
– Está bien… – La veía muy tensa y eso, para cualquier tipo de terapia, era fatal. Intenté tranquilizarla ofreciéndole un vaso de agua y hablándole de temas ajenos al asunto por el que está aquí, pero apenas funcionó.
– Bueno, Clara… ¿Por dónde quieres empezar? – La vi tragar saliva y cogerse las manos de forma nerviosa. Temía que le diese cualquier ataque de ansiedad llevada por los nervios.
– No sé… U-usted sabrá… – En eso tenía toda la razón, ya que yo era la profesional aquí.
– De acuerdo…- Me acomodé de nuevo las gafas y cogí una pequeña libreta donde apuntar el diagnóstico. – Dime, Clara, en un breve resumen, lo que te ocurre. – Mordiéndose el labio, se aclaró la garganta y empezó a hablar.
– Pues… Llevo pensando cosas que no debo durante casi un mes, hasta el punto de llegar a obsesionarme… Y se lo cuento a mis padres, pero ellos no me hacen caso, simplemente creen que es algo pasajero…
– Ajá… ¿Y qué es lo que piensas, exactamente?
– M-me… atraen… algunas chicas. – Eso era lo que menos me esperaba oír. Típico pensamiento adolescente, aunque la chica ya había pasado un poco esa etapa… Apunté en mi cuaderno una palabra y volví a prestarle atención.
– ¿Y te sientes mal al pensar en eso?
– ¡Sí! ¡No! Bueno, un poco. – sonrió, más nerviosa aún. – Es que… no es normal, ¿verdad? Quiero decir, dos mujeres… Yo tampoco le veo mucha lógica, ¿sabe? Pero un día me empezaron a atraer chicas de la universidad, luego dependientas, camareras y hasta amigas íntimas. La verdad, estoy un poco asustada, porque antes no me pasaba esto.
– ¿Has salido alguna vez con chicos?- Sé que suena obvio, pero me conviene preguntarlo.
– ¡Claro! Y he estado de maravilla con ellos. Bueno, lo poco que he estado… – una risa nerviosa salió de sus labios.
– Mmm…

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Volví a apuntar en mi libreta. Esta situación se me hacía cada vez más absurda. ¿Para qué gastarse el dinero aquí si solo tenía que aceptar que le iba el otro sexo? Aunque, claro, por mí encantada. Más beneficios para mi.

– Pero… todo cambió después de… eso.
– ¿Después de qué? – le pregunté, curiosa. Mordí la punta de mi estilográfica, mirándola. A ver qué me decía ahora.
– Me da… vergüenza decírselo.
– Mira, Clara, estás aquí para que te escuche y te aconseje para ayudarte. Si no me cuentas las cosas, mal vamos, en especial tú.
– Lo sé… pero es que tendría que demostrárselo. – Alcé una ceja, pero asentí.
– No importa, demuéstramelo. – Abrió los ojos de par en par, muy sorprendida.
– ¿De verdad no le molesta? – Cada vez tenía más ganas de reírme por la inocencia de esta chica, solo pocos años menor que yo. Sin saber que quería hacer, le dije que no. Ante todo, un especialista debe dar libertad a sus pacientes, y más un psicólogo, para que ellos se desahoguen y puedan hablarte con toda la claridad posible.

Vi que se levantó de su silla con lentitud y pude percibir también algo de miedo, pero éste se esfumó enseguida cuando, poco a poco, fue acercándose a mi asiento.

– Yo… conozco a una amiga mía desde hace mucho tiempo. Antes de ayer estábamos en su casa, viendo una peli y comiendo palomitas en el sofá. – Hizo una pausa y asentí, diciéndole que siguiera. – La película era muy aburrida y empezamos a hablar. Le conté lo que me estaba pasando y… a ella le está pasando lo mismo.

Esto cada vez se ponía más interesante. Se acercó un poco más, pero yo no cambié de postura. Mis piernas seguían cruzadas y el bolígrafo permanecía siendo mordido con mis dientes sin dejar de observarla a los ojos.

– Así que… Decidimos… Ya sabe, probar. – Casi se me escapa una risa. Que mona es esta chica. – Y, entonces, nos fuimos acercando… – A la vez que lo decía, se posicionaba más cerca de mi hasta que llegó un punto en el que tuve que apartarme un poco por su cercanía.
– Y la besé.

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Al segundo de decirlo, sus labios apresaron los míos. Mis ojos no podían estar más abiertos porque sino se saldrían de sus cuencas. Intenté apartarla lo antes posible, pero Clara cogió mi rostro y profundizó el beso, metiendo su lengua por completo en mi boca y explorando ésta. Estuve a punto de morderle con fuerza cuando se apartó, con los labios más coloridos de lo normal.

– Después de besarla, bajé por su cuello… – No sé si era mi estupefacción, pero me quedé estática. No podía apartarla, no podía moverme. Sentí impotencia de mi misma, pero dejé de notarla cuando su lengua volvió al ataque, esta vez en mi cuello. Sabía que me estaba marcando porque sentí como succionaba levemente mi piel para luego darle un pequeño beso húmedo, repitiendo la acción varias veces.

Puede que la causa de que me quedara quieta fuese que, en mi fuero interno, estaba disfrutando. El cuerpo siempre reacciona cuando es tocado.

– Luego, ella me agarró del pelo…- me cogió la mano y la puso en su larga melena, cerrándola y haciendo que le tirase de su propio pelo. – Así. Y me besó de nuevo.

Y la besé de nuevo…

Esta vez fui yo la demandante del beso. Sentía una placentera electricidad por todo al cuerpo al tener a esa muchacha medio recostada encima de mi y con su boca comiendo la mía. Algo que no había sentido con ninguno de mis novios.

– Y… después… bajé hacia abajo para…- no terminó la frase, pero sabía a qué se refería.

Mi cuaderno de notas quedó olvidado en la mesa, junto a la estilográfica, y Carla desabotonó mi bata blanca, dejando ver mi camisa del mismo color para romper todos los botones y dejar al descubierto mi pecho, aún cubierto por un bonito sujetador negro con algunos encajes.

– Le miré los pechos y… Mmm… – no pudo contenerse. Se mordió el labio y cerró los ojos, supongo que sintiendo placer nada más de recordarlo. – ¿P-puedo…?
– Sí, sí puedes. – contesté, casi en un suspiro.

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No me dio tiempo a contar hasta tres cuando desabrochó el sujetador y empezó a devorar mis pezones, atacándolos sin piedad. Lamió toda mi aureola, erizándola y volviéndola de un color más oscuro, para morder con suavidad mi pezón, ahora erecto. Mientras, a mi otro pecho le propinaba suaves caricias que me hacían desear más y más. Tiraba del pezón, delineaba con la yema de sus dedos éste y luego me apretaba lo apretaba.

Después de estar un rato en ese lugar, bajó y no se demoró en subir mi falda color grisácea, dejándomela de cinturón.

– Esto fue lo mejor de aquella noche…- susurró, esta vez mirándome directamente a los ojos. Parecía que tenía un cierto grado de trastorno bipolar, pero eso, en vez de desalentarme, me excitaba aún más si cabía.

Me mordió el pubis por encima de mis braguitas, notando ya la humedad que se me iba creando más abajo. Relamió el lugar donde se situaba mi clítoris y apreté con una mano el reposabrazos del sillón, echando un poco la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.

Su lengua hacia maravillas. Me bajó la ropa interior, quedando totalmente expuesta, y me abrió las piernas. Intercaló su mirada entre fijarla en mis ojos, completamente llenos de deseo, y en mi sexo, descubierto en su plenitud. Tampoco se hizo esperar. Aumenté de fuerza el agarre de su pelo cuando dio pequeños y leves besos por mis labios inferiores, saltándose mi clítoris. La empujé contra mí y, con una de sus manos, apartó la piel que rodeaba mi centro de placer. Primero le dio un suave toque con su lengua, haciendo que me retorciese un poco. Luego abrió su boca y lo devoró, quedando a su merced. Comenzó a pasear su dedo por mi entrada, ya bastante lubricada, y a penetrarme con una lentitud que volvería loco a cualquiera. Metió un segundo dedo y un tercero, moviéndolos en mi interior en forma de tijera, sacándolos y metiéndolos con movimientos fuertes y constantes.

Entonces mordió mi clítoris con suavidad, lamiéndolo con su lengua sin parar de meterme los dedos. Un gemido tras otro escapaba de mi garganta, pero intentaba contenerlos por el miedo a que cualquiera pudiera oírnos desde la sala de espera o desde la habitación contigua.

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No paró hasta que llegué al éxtasis, corriéndome en su boca. Ella, ni corta ni perezosa, lamió sus dedos llenos de mi esencia, mirándome. Yo aún tenía la respiración agitada y estaba poco lúcida, pues nunca me habían hecho sentir un orgasmo tan intenso.

– Eso… fue lo que le hice a mi amiga. – Me contuve de decirle que tuvo que disfrutarlo mucho. Con rapidez, me abroché el sujetador y la camisa, siguiendo ella aún en el suelo, observándome. Ahora que todo había terminado, me sentía un poco incómoda con esa mirada de lujuria.
– ¡Doctora Martín! – Gritó alguien tras la puerta de mi despacho. Con los ojos desorbitados, agarré a Clara del pelo y la escondí bajo la mesa de mi escritorio, que por suerte estaba tapada por la parte del cliente y no se la veía.
– ¿Sí? – Un hombre alto, moreno y de mediana edad entró con un puñado de papeles, sonriéndome.
– ¿Cómo está, doctora? Hacía tiempo que no la veía.
– Es usted el que no se pasa por aquí, Gonza.. ¡lez!

Un gemido salió al decir la última sílaba de su apellido, pues noté algo de nuevo en mi entrepierna. Su boca volvió a jugar con mi clítoris, haciéndole de todo con sus labios, succionándolo y besándolo con parsimonia y furia mezcladas.

– ¿Martín? ¿Se encuentra bien?- González se acercó cauteloso a mi escritorio, con la mirada fija en mí.
– ¡Sí! ¡Muy bien, graaaacias! – Intenté propinarle alguna patada a Clara para que se estuviese quieta, pero ella era buena esquivándolas y siguiendo con su trabajo. Notaba como el sudor se iba acumulando en mi sienes y como mis pezones volvían a cobrar vida por sí solos a causa de la excitación.
– ¿De verdad? ¿Quiere que la revise o algo? Le veo mala cara…
– ¡No, no! Essstoy bien… Es… sólo un mareo, sí…
– Mmm…- no muy convencido, siguió con la mirada puesta en mí. – Bueno, venía a decirle que le han concertado otra cita sin previo aviso, esta tarde.
– ¿Aah… sí?
– Sí… ¿De verdad que está bien?
– ¡Que sí! – estaba desesperada porque se fuese y correrme de una vez por todas. Ahora Clara introducía su lengua en mi vagina junto a dos de sus dedos. – No se preocupe, Gonzalez.
– De acuerdo… Ya nos veremos.
– Por supuesto… – susurré justo cuando cerraba la puerta. Me mordí el labio, aguantando el gemido de mi orgasmo y apoyando la cabeza en el escritorio, extasiada. Clara salió por un lado de éste, mirándome divertida.
– Ahora… me encuentro mucho mejor, doctora. – La hubiese matado en ese instante si hubiera podido. Aún con esa mirada traviesa, dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Antes de salir, dijo:
– Espero que lo haya disfrutado tanto como yo… Martín.

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