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[es] [cock-ball-torture] [slave-male] Mi dominatriz y su lluvia dorada

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Llegué a casa como cualquier día. Estaba completamente cansado, pero una parte de mí estaba ansiosa. Cerré la puerta tras de mí esperando oír algún ruido, pero nada. Se me aceleró el pulso intuyendo lo que eso significaba. Pasé al pequeño cuarto que teníamos en la entrada. Allí dentro me quité los zapatos y me desnudé. Tras dejar los calzoncillos encima de la silla salió a relucir la jaula de castidad que encerraba a mi pene. Cogí el collar del perchero y mirándome al espejo me lo puse. Salí del cuarto arrodillado y, como era de esperar, allí estaba ella, mi dominatriz. Mirándome desde arriba. Una mirada fugaz me dijo que estaba cabreada. Apenas la miré porque no lo tenía permitido si ella no me lo ordenaba. Adelantó uno de sus pies, cubierto por esas preciosas botas negras altas que tanto me encantaban. Yo me arrastré como pude hasta la punta y comencé a besar.
– Has tardado mucho hoy, ¿no?
– Lo sé, mi dominatriz.

Cogió la correa y tiró mientras comenzó a caminar por el pasillo. La luz se iba atenuando, llegando a la oscuridad iluminado por unas velas. Pasamos a la habitación del castigo, que tenía siempre cerrada bajo llave por si venía alguna visita. Mi corazón se aceleró. ¿Había hecho algo mal? Su silencio me desconcertaba mientras mi polla intentaba empalmarse de no ser por el cinturón.

Me acercó hasta la cruz y me levantó tirando de la correa. Allí, me esposó abierto como una estrella. Mi cuerpo absolutamente desnudo con la polla enjaulada quedó a su merced.
– Hoy estoy enfadada. ¿Sabes lo que eso significa? – Yo miraba al suelo, con algo de miedo, a la vez que titubeaba. – ¡Mírame! – Automáticamente después asestó una bofetada, dejando mi cara al rojo vivo, haciéndome mirarla. Lo que significaba que no estaba para bromas, lo cual daba más miedo todavía.
– No, mi dominatriz. – Acarició suavemente mis testículos mientras una sonrisa maliciosa nació de su cara.

Sin pensarlo dos veces me dio un rodillazo que, de no ser por estar esposado a la cruz, me habría quedado tirado en el suelo durante varios minutos. Mi dominatriz rio por todo lo alto y a mí eso me excitó pensando que, gracias a mi dolor, había conseguido aliviarla.
– Gracias, mi dominatriz… – Las palabras casi no consiguieron salir de mi boca cuando, de repente, otro bofetón me activó de nuevo.
– ¿Has sido un perrito fiel? – preguntó con un tono de voz dulce y pícara con la intención de burlarse, conociendo la respuesta.
– Sí, mi dominatriz…

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Mi polla explotaba por salir de su jaula, y mi dominatriz lo notó. La miró entonces y se agachó para susurrarle algo que no alcancé a oír mientras volvió a acariciar mis huevos. Entonces, como si Dios hubiese oído mis plegarias, cogió la llave que colgaba de su cuello y me abrió la jaula. La lanzó a unos metros, sonando en el eco de una tortura que llevaba desde hace un mes.

La polla apuntó al cielo al instante.

Los huevos me dolían, pero no conseguía saber si era del rodillazo o de no haber podido hacer nada durante ese tiempo.
– Parece que lo ha pasado mal – añadió mi dominatriz con un nuevo tono de burla. Pensé unos instantes hasta que, finalmente, decidí lanzarme, sabiendo de antemano que no iba a ser buena idea.
– Por favor, Ama – la miré. Mi dominatriz me miró desde abajo sonriendo con esos ojos felinos. – Se lo suplico. – Se levantó y me miró de cerca. La respiración se me entrecortó. Lo que era capaz de producirme sin tocarme era increíble. Mi sumisión era absolutamente mental más que cualquier otra cosa. Agache la cabeza de nuevo sin poder sostenerle la mirada.
– No, no – me dijo agresiva sujetándome la cara. – Ahora me miras – y me abofeteó una vez más. La miré como me pidió y mis ojos viajaban a todas partes sin poder quedarse en un punto fijo. Entreabrió la boca con una sonrisa, como si estuviera excitada, esperando a que hablara.
– Deje que me corra… – conseguí pedirle, sabiendo que no era buena idea del todo. Me cogió nuevamente de la cara y me miró con seriedad. Me escupió, y me excitó pensar lo poca cosa que era a su lado. Se alejó, haciendo sonar sus botas por toda la habitación. Sabía que mi petición no iba a ser gratis. Se acercó a la estantería que tanto le gustaba y empezó a dudar. Yo observaba desde la lejanía sabiendo de antemano que me esperaba.

Volvió con una fusta y un plug anal…

– Yo la verdad es que no necesito placer ahora mismo – dijo mi dominatriz con superioridad. – ¿Te acuerdas de aquel chico con el que tomé unos vinos el otro día? – Yo asentí, conociendo la respuesta de antemano. – No te puedes imaginar cómo me folló. – Sus pasos volvieron a sonar por toda la habitación hasta llegar de nuevo a mí, que agaché otra vez la cabeza. – ¿Por qué dejaría que hicieras eso? – preguntó, esta vez, con un tono frío.

Me desató. Yo me quedé en la misma posición intuyendo que quería. Me volvió a dar otro rodillazo que me tiró al suelo, a sus pies. Me acerco sus botas a mi boca y las besé por acto reflejo. Se alejó y yo la seguí, besando cada baldosa que pisaba.
– Quédate ahí – dijo, señalando el centro de la habitación.

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Me quedé arrodillado y ella se puso detrás. Comenzó a explorar por mi culo y, escupiendo en el ano, empezó a acariciarme con el plug. A mí no me gustaba jugar por detrás, por eso ella lo disfrutaba el doble. Nunca había pasado del plug pequeño, por lo que era amenaza suficiente que algún día quisiera jugar con algo más grande. Me lo metió sin contemplación, y empecé a sentirme débil por completo. Siempre decía que esa era mi cola de zorrita, por eso cuando se levantó a mis espaldas intuí su sonrisa malvada.
– No te muevas – me ordenó. Se puso encima de mi cabeza. No tenía ni idea de que iba a hacer hasta que sentí su orina caer por mi cara. Rio como hacía días no la escuchaba reír. Yo me relamí y mi polla estaba a punto de explotar. Estaba deseando empezar a pajearme cuando ella me dejara. Se alejó de nuevo y se quedó en silencio.
– Así, a cuatro patas – dijo solamente. – Empieza. – Sin creérmelo, mi mano fue sin dudar hacia mi polla y comencé a pajear, hasta que sentí un primer azote en el culo. Las gotas de su lluvia dorada aun calaban en mí. Sentí la humillación mientras de rodillas gozaba del placer de estar bajo su voluntad. – No te vas a correr hoy – y sus palabras fueron como una losa.
– Por favor… – supliqué. – Otro azote, lanzado con toda su rabia, me despertó una vez más.
– Ni por favor ni hostias. Si quieres correrte será cuando presencies como me folla otro – dijo, y sus palabras se quedaron en mi mente. – Cuando vayas a correrte paras. No tienes permiso para hacerlo. – Siguió azotando. Al séptimo azote tuve que parar. – Eres una zorra, ¿eh? – rio. Dejó que siguiera masturbándome cuando se me pasó el calentón. Y me ordenó volver a parar.

Estuvimos así hasta que llegó a los cien azotes…

Llegados a ese punto, mi dominatriz paró. Me ordenó que la mirado arrodillado mientras se sentó en su trono. Así hice, y su mirada no paraba de ponerme nervioso. Vio como la excitación se me fue yendo, pero mi dominatriz no se imaginaba como me dolían los huevos.

Entonces se levantó y volvió a ponerme la jaula de castidad. Puse cara de decepción y súplica, y me quedé con el deseo. Me cogió del pelo y me llevó hasta la celda que había debajo de una cama. Unos barrotes que me mantuvieron en el suelo agachado como el perro que era.
– Te vas a quedar ahí, para que recuerdes lo que eres. Para que no se te olvidé cuál es tu lugar. – Me miró y yo, con miedo, me encogí. Estaba deseando lamer sus pies una última vez con devoción para agradecerle cada azote. – Volveré dentro de una hora para que me hagas la cena. Mañana vamos de compras.

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Se fue y apagó la luz, dejándome con mis pensamientos. El culo me estuvo doliendo una semana, habiendo dejado unas marcas que solo eran el recuerdo de quién mandaba. Pero mi cabeza solo podía pensar en una cosa: mañana era día de compras, la humillación solo acababa de empezar.

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