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[es] Llena del deseo y de su polla en mi culo

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Las velas parpadeaban suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de nuestra habitación. El aire olía a vainilla y deseo, a promesas que estaban a punto de cumplirse. Él estaba detrás de mí, su aliento caliente rozaba mi nuca mientras sus manos, firmes y seguras, recorrían mi cuerpo con una lentitud exasperante. Cada toque suyo era una declaración de intenciones, una promesa de lo que estaba por venir.

Mi corazón latía con fuerza, mezclando la emoción con un ligero temor. Sabía lo que se avecinaba, algo que siempre fue mi deseo, aunque no sin cierta inquietud. Era una mezcla de querer complacerle a él, de ver esa chispa de deseo en sus ojos cuando hablábamos de ello, y también de curiosidad por mí misma. Quería experimentar algo nuevo, algo que rompiera con los tabúes que siempre habían rodeado ese tema. Quería descubrir si había algo más allá de lo que conocía, algo que me hiciera sentir viva de una manera distinta.

Él lo sabía que fue mi deseo. Lo había visto en mis miradas furtivas, en mis susurros tímidos cuando hablábamos de ello. Y ahora, aquí estábamos, al borde de ese momento. Sus manos se detuvieron en mis caderas, apretándolas con firmeza, y sentí cómo su cuerpo se acercaba aún más al mío.

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Sus labios se posaron en mi hombro, besándolo con una mezcla de ternura y deseo que me hizo arquear la espalda. Sus dedos encontraron el borde de mi vestido y, con un movimiento lento pero decidido, lo deslizaron hacia abajo, dejando mi piel al descubierto. El aire fresco de la habitación rozó mis pechos, pero fue su mano la que me hizo estremecer al rodear uno de ellos, acariciándolo con una delicadeza que me volvía loca.

– Eres tan hermosa – murmuró, mientras su boca descendía por mi espalda, dejando un rastro de besos que me hacían perder el control.

Me giré para mirarlo, y nuestros labios se encontraron en un beso profundo, lleno de urgencia, deseo y pasión. Sus manos me atraparon, acercándome a él hasta que no hubo espacio entre nuestros cuerpos. Podía sentir su erección presionando contra mi vientre, y el solo pensamiento de lo que estaba por venir me hizo gemir contra su boca.

– Quiero sentirte – le susurré, deslizando mis manos por su torso, sintiendo los músculos tensos bajo mi tacto. – Quiero que me hagas tuya.

Él asintió, sus ojos oscuros llenos de deseo, y me guió hacia la cama…

Me tumbé sobre las sábanas frescas, y él se colocó sobre mí, apoyándose en sus brazos para mirarme. Su mirada era intensa, devoradora, y sentí cómo mi cuerpo respondía a ella, humedeciéndose, preparándose para él.

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– Voy a disfrutar de cada centímetro de ti – dijo, mientras sus labios descendían por mi cuello, mis pechos, mi vientre. – Y tú vas a disfrutar conmigo.

Sus palabras me hicieron temblar, y cuando su boca llegó a mi entrepierna, no pude evitar gemir. Sus labios y su lengua exploraron cada rincón de mí, llevándome al borde del éxtasis una y otra vez. Mis manos se aferraron a las sábanas, y mi cuerpo se arqueó bajo su toque, entregándome por completo a la ola de placer y deseo que me inundaban.

Él se detuvo, levantándose para deslizar su ropa hacia abajo y liberar su erección. Me miró con una mezcla de deseo y adoración que me hizo sentir como la mujer más deseada del mundo. Sentí cómo su polla rozaba mi entrada, caliente y dura, lista para poseerme. Con un movimiento lento pero decidido, la deslizó dentro de mí, llenándome por completo.

Gemí, sintiendo cómo mi cuerpo se adaptaba a él, cómo me estiraba y me llenaba de una manera que solo él podía hacerlo.

– Dios, Cristina – gruñó, agarrando mis caderas con fuerza. – Eres tan perfecta.

Comenzó a moverse, primero con lentitud, permitiendo que mi cuerpo se acostumbrara a su tamaño, pero pronto el ritmo se volvió más rápido, más intenso. Cada embestida suya era una ola de placer que me hacía gritar, y sentía cómo mi cuerpo respondía, apretándolo, succionándolo, deseándolo más y más.

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– Más fuerte – supliqué, sintiendo cómo el placer se acumulaba dentro de mí, llevándome al borde del abismo. – Por favor, más fuerte.

Él obedeció, agarrando mis caderas con más fuerza y empujando dentro de mí con una intensidad que me hizo ver estrellas. Sentía cómo su polla golpeaba las paredes de mi coñito, cada embestida más profunda, más salvaje, más perfecta. Mis fluidos de excitación se desbordaban, mojando la cama y aumentando la intensidad del momento.

– ¿Estás lista? – preguntó, su voz cargada de una intensidad que me hizo estremecer.

Con un movimiento suave pero firme, me colocó a cuatro patas sobre la cama, y sentí cómo sus manos recorrían mis caderas, preparándome para lo que estaba por venir. Asentí, incapaz de hablar, y sentí cómo su polla rozaba mi entrada, caliente y dura, lista para poseerme. Con un movimiento lento pero decidido, la deslizó dentro de mi culo, llenándome por completo. Gemí, sintiendo cómo mi cuerpo se adaptaba a él, cómo me estiraba y me llenaba de una manera que nunca antes había experimentado.

Comenzó a moverse, al principio con una lentitud calculada, como si quisiera permitir que mi cuerpo se adaptara a la presión y plenitud que sentía. Al principio, una punzada de dolor me recorrió, intensa y real, haciéndome contener la respiración. Pero entonces sus manos encontraron mis caderas, sujetándome con firmeza y transmitiéndome deseo y seguridad.

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Entonces, sus dedos descendieron con precisión, buscando mi clítoris. El primer contacto fue eléctrico, como un relámpago que iluminó cada rincón de mi ser. Sentí cómo mi cuerpo temblaba bajo su toque, y el placer empezó a sobreponerse a cualquier vestigio de incomodidad. Sus dedos trazaban círculos suaves pero firmes, enviando olas de placer que se entrelazaban con la presión de su cuerpo dentro de mí. La combinación era abrumadora, casi demasiado intensa para soportarla, pero de la mejor manera posible.

Poco a poco, el dolor inicial comenzó a transformarse, como si mi cuerpo aprendiera a recibirlo, y una chispa de placer emergiera entre las sombras. Su ritmo fue ganando en confianza, y con cada movimiento sentía cómo la presión se convertía en algo nuevo, algo que despertaba todos mis sentidos. La sensación de plenitud ahora se mezclaba con un calor que se extendía por mi interior, desdibujando los límites entre el dolor y el placer. Mi respiración, que al principio había sido contenida, se tornó en jadeos suaves, y mi cuerpo comenzó a responder instintivamente, relajándose y ajustándose a cada embestida.

Cada embestida suya venía acompañada por la magia de sus dedos, moviéndose con un ritmo sincronizado que me llevaba más y más alto. Sentía cómo mi interior reaccionaba, apretándolo y deseándolo con una necesidad creciente. Las olas de deseo y placer se acumulaban dentro de mí, borrando cualquier rastro del dolor inicial, convirtiendo esa sensación en pura exaltación.

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Mis manos se aferraron a las sábanas, buscando anclarme mientras mi cuerpo cedía completamente al éxtasis. Los gemidos escapaban de mis labios sin control, y cuando finalmente sentí un torrente de placer liberarse dentro de mí, supe que había alcanzado un punto al que nunca antes había llegado. Mi líquido brotó en oleadas, mojando las sábanas, un testimonio físico de mi clímax, mientras su cuerpo seguía moviéndose con fuerza, enviando pulsos de placer por todo mi ser.

Él no se detuvo, sus movimientos se volvieron más intensos, cada embestida profundizando la sensación de llenura y satisfacción. Sus dedos seguían trabajando en mi clítoris, llevándome a un lugar donde el placer no parecía tener fin.

Entoces vino, se corrió dentro de mí, y el calor de su esencia llenándome fue el toque final para perderme en otra ola de placer. Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba, temblando mientras las últimas sacudidas de mi orgasmo recorrían cada fibra de mi ser. Cuando nos desplomamos juntos, sus brazos me envolvieron, acercándome a él mientras nuestras respiraciones volvían lentamente a la normalidad.

Aún podía sentir cómo su semen rezumaba lentamente de mi trasero, una caricia cálida y húmeda que me hacía sonreír, recordándome nuestra entrega. Pero no era la única huella que nuestro amor había dejado en mi cuerpo. Entre mis piernas, la humedad de mi propio placer era inconfundible, un testimonio de la intensidad de mi orgasmo. Sabía que mi clímax había sido tan fuerte que mi líquido había brotado de mí en oleadas, empapando las sábanas. Esa sensación, una mezcla de humedad cálida y frescura, me envolvía de una manera que me hacía sentir profundamente viva y conectada.

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Las sábanas eran un lienzo tangible de todo lo que habíamos compartido en esa noche, cada pliegue y cada marca y cada mancha de humedad hablaban de nosotros. Eran un lienzo que valía la pena enmarcar.

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